lunes, 29 de octubre de 2007
Un cerebro más en tu copa - simplemente impresionante
de eso hablábamos siempre.
Tomar vino es saludable para el dolor de los huesos
y la risa nuestro aliado (favorito)
En el festín besé y besé tus alas
seis soles masacrándose en orgasmos confiados
seis soles a la espera en las grietas de la tierra
y algo en cada cuerpo me dice que estás lejos.
Seis aguas vinieron conmigo hasta quedarse sin labios
Nadie sabía tu nombre en tu gran mansión de espinas
Estirá tu piel, gritá tus uñas y besá entre la roca
Estirá tu piel, y olé palmo a palmo las paredes.
Tu mirada me derrite junto a las más secas traiciones
de mis párpados cansados que odian más tu olor a grito
hacete escamas y miel y derretite entre mis dedos
noche buena para vestirse, pacto secreto.
Salpica la noche
el cielo a la carne.
Un cigarrillo aplastado y una corbata entre llamas
vos atravesaste el vidrio para beber el vacío
te uniste al sucio asfalto para reír mi mirada.
Noche buena para morirse. Pacto secreto.
Con este sol quemé y quemé tus alas
y desplegué ese fuego junto a mi vaso de heridas
hundí de arena tus ojos para florecer tu cráneo
y deseé un cerebro decente para esta escalera de huesos.
La sangre sería hermosa si me habituara a tu vientre
y a tu boca salpicándola en cada instante placentero.
Volá alto para el engaño en mi baba de lagarto
y salpicá aún más la noche desde el cielo hasta la carne.
Yo salí a gritar resaca y a escupir mi sed de besos
salí a masacrar recuerdos y el aliento y el deseo
planeando batallas con que arropar mis heridas.
Desde el festín yo fui un cerebro más en tu copa.
Salpica la noche
el cielo a la carne.
Julián Ferreyra... que de paso me gustaría saber quién es!!!
miércoles, 17 de octubre de 2007
desde el porvenir de una ilusión.. al más allá del padre
S. Freud, "Capítulo II", en El malestar en la cultura, Obras completas, tomo VIII, Biblioteca nueva, ?, página 3024.
miércoles, 10 de octubre de 2007
martes, 9 de octubre de 2007
lunes, 8 de octubre de 2007
... reconozcan su linaje
"...como el trapito de bajar la olla, como un monigote pintado en la pared, y que siempre andaban desbarrando contra ella por los rincones, llamándola santurrona, llamándola farisea, llamándola lagarta, y hasta Amaranta, que en paz descanse, había dicho de viva voz que ella era de las que confundían el recto con las témporas, bendito sea Dios, qué palabras, y ella había aguantado todo con resignación por las intenciones del Santo Padre, pero no había podido soportar más cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, una cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, la ahijada del duque de Alba, una dama con tanta alcurnia que le revolvía el hígado a las esposas de los presidentes, una fijodalga de sangre como ella que tenía derecho a firmar con once apellidos peninsulares, y que era el único mortal en ese pueblo de bastardos que no se sentía emberenjenado frente a dieciséis cubiertos, para que luego el adúltero do su marido dijera muerto de risa que tantas cucharas y tenedores, y tantos cuchillos y cucharitas no era cosa de cristianos, sino de ciempiés, y la única que podía determinar a ojos cerrados cuándo se servía el vino blanco, y de qué lado y en qué copa, y cuándo se servía el vino rojo, y de qué lado y en qué copa, y no como la montuna de Amaranta, que en paz descanse, que creía que el vino blanco se servía de día y el vino rojo do noche, y la única en todo el litoral que podía vanagloriarse de no haber hecho del cuerpo sino en bacinillas de oro, para que luego el coronel Aureliano Buendía, que en paz descanse, tuviera el atrevimiento de preguntar con su mala bilis de masón de dónde había merecido ese privilegio, si era que ella no cagaba mierda, sino astromelias, imagínense, con esas palabras, y para que Renata, su propia hija, que por indiscreción había visto sus aguas mayores en el dormitorio, contestara que de verdad la bacinilla era de mucho oro y de mucha heráldica, pero que lo que tenía dentro era pura mierda, mierda física, y peor todavía que las otras porque era mierda de cachaca, imagínese, su propia hija, de modo que nunca se había hecho ilusiones con el resto de la familia, pero de todos modos tenía derecho a esperar un poco de más consideración de parte de su esposo, puesto que bien o mal era su cónyuge de sacramento, su autor, su legítimo perjudicador, que se echó encima por voluntad libre y soberana la grave responsabilidad de sacarla del solar paterno..."
García Márquez, Gabriel, Cien años de soledad, Argos Vergara, Madrid, 1980